miércoles, 1 de abril de 2009

Raúl Alfonsín (1927-2009)


La muerte de Raúl Alfonsín invita a reflexionar sobre nuestro pasado reciente, pero de manera inédita, ya no a reflexionar sobre el dolor y la ignominia sino sobre la mayor o menor fortuna con la cual se ha desarrollado el último cuarto de siglo en la vida de nuestra Argentina democrática.
Raúl Alfonsín tiene para mi generación, quienes alumbramos a la vida adulta a finales de los 80, una fuerte presencia en nuestros más potentes recuerdos. Él supo representar como pocos nuestras ilusiones, y como pocos también supo ser objeto de nuestras desilusiones.
Hoy, viéndolo yaciente, quizás uno se siente tentado a lamentar aquello que iba a ser y que finalmente no fue. Pero dónde depositamos las ilusiones es nuestra responsabilidad no de quien se supone que debe cargar con ellas.
Es este un día triste, pero no porque uno lamente las ilusiones perdidas de un país mejor, sino porque se ha muerto un persona que he sabido querer y porque se acaba de extinguir una raza de de dirigentes, aquella que pone su vida al solo servicio de sus ideas. De esos, lamentablemente, ya parece no quedar ni uno.
Pero Alfonsín en verdad, no muere, se transforma.
Hoy pasa a ser un símbolo ya despojado de sus humanas contradicciones. Y creo que finalmente eso es algo bueno.
La Argentina finalmente ha visto nacer uno de esos mitos que nunca tuvo en su nutrido panteón de héroes: el mito de la democracia.
Toda nación necesita sus mitos, y este muerto ilustre se ha convertido a partir de hoy en una bandera, la del mito democrático, para seguir cabalgando eternamente de ahora y al futuro como bandera de la democracia, y hasta quizás ganando algunas batallas, como un Cid Campeador argento.
Estuve en la 9 de Julio aquella noche de octubre de 1983 en la que cientos de miles expresábamos nuestra esperanza; estuve en la mañana de diciembre de 1983 en la Plaza de Mayo en ocasión de su asunción presidencial en la que cientos de miles expresábamos nuestra alegría y estuve en aquella tarde de Semana Santa de 1987 de nuevo en la Plaza de Mayo en la que miles expresábamos nuestra bronca.
Muchas sensaciones, múltiples emociones se me vienen al corazón.
Era obvio que luego de una noche tan oscura y pesada como la que comenzó en marzo de 1976 el amanecer brillante que anunciaba la llegada de Alfonsín al poder en 1983 nos parecía anunciar el más idílico día. Pero las ilusiones, finalmente, son nuestra responsabilidad.
Adios Raúl Alfonsín. Un hombre, un mito.